Postureo Xacobeo
Los hay que antes de encomendarse al apostol Santiago y antes de emprender el camino lo hacen a San Quechua; santo francés y padre del postureo Xacobeo.
Me he dado cuenta de que hay gente que ve demasiado la tele o escucha demasiado a los apocalípticos que te auguran una experiencia cercana a la muerte, cuando no la muerte misma.
Empiezas a andar y te das cuenta de que es simplemente eso: andar. Un paseo un poco más largo que si te lo das por la Casa de Campo de Madrid, pero poco más. Rampas muy asequibles y ninguna especialmente larga, camino bien delimitado, mucha sombra e, incluso con intensa lluvia, no mucho barro.
Vamos, que los señores y señoras que se lanzan con sus botacas a los senderos lo único que consiguen es llevar peso extra en sus pies, molestias aseguradas en el soleo (sí, el músculo de las excusas de los runners) y engordar un poco más las arcas de Mr. Compeed.
Y frío, lo que se dice frío, no hace. Pedazo de cortavientos de a 300€ que se gasta la peña y con una camiseta técnica de secado rápido y un chubasquero porsiaca vas más agusto que un San Luis.
De todo esto se deduce que las mochilacas de tropecientos litros hay que dejarlas para aventuras de mayor embergadura porque con dos de cada y un poco de nada, te preparas una mochilita más que apañá.
En definitiva, que el Camino de Santiago lo hacemos duro nosotros mismos. Pasa lo mismo que con la vida, que ella se empeña en regalarnos bellos momentos y nosotros nos empeñamos en que parezca duro vivir.
Para el final me dejo a los "caminantes". Son seres que desaparecen los días de lluvia y aparecen delante de uno que se ha mojado como una lengua los días de sol. Igual es que los médicos les recomiendan hacer la fotosíntesis, pero el caso es que taxis sospechosos con lunas tintadas surcan las carreteras gallegas los días de lluvia...
Y llegar a Santiago y pensar que casi no merece la pena... Más de cien kilómetros entre bosques, praderas, aldeas, meigas, galegos voladoires y demás especies autóctonas y, tras el Monte do Gozo, rotondas, avenidas, escaparates, gente que te mira raro, domingueros que no te dejan pasar y semáforos que interrumpen tu camino. Para colmo, llegas a casa de Santiago y te dicen que no puedes pasar con la mochila. A ti, que das sentido a la ciudad, que le das de comer, que tu mochila es parte de ti en tu camino y no dejan que ésta también abrace al apostol.
Hubiera preferido mil veces abrazar a la octogenaria que en Cebreiro nos dio de cenar en su restaurante/casa con la mejor de las sonrisas y la más grande de las humildades.
Lo mejor, sin duda, los ojos de mi Medusa al escuchar una gaita.
Lo siento, pero demasiado postureo Xacobeo...